sábado, 27 de febrero de 2016

Eres hijo de alguien, Jerzy Grotowski (primera parte)



                Cada vez que nos limitamos a ciertos términos, comenzamos a flotar en el mundo de las abstracciones. Podemos entonces encontrar fórmulas extremadamente reveladoras, pero pertenecientes al reino de los pensamientos y no al reino de las realidades. Yo no sé si, en el pasado, he dicho que el teatro es complementario de la realidad social. Tal vez. Pero para mí, el teatro no es algo que pueda enlatarse. ¿Cómo podría disociar el teatro de la literatura? Para mí, como para todo buen europeo, la relación entre el teatro y la literatura es extremadamente fuerte (lo que no es el caso de un cierto tipo de teatro oriental clásico). Los autores, los grandes autores del pasado, han sido muy importantes para mí, aún si he luchado con ellos. Miré de frente a Slowacki o Calderón y era como la lucha entre el ángel y Jacob: “¡Dime tu secreto!”. Pero, a decir verdad, tu secreto no me compete. Lo que cuenta es nuestro secreto en nosotros, nosotros, los vivientes de hoy. Pero si comprendo tu secreto, Calderón, comprenderé el mío. No hablo contigo como el autor que debo poner en escena, hablo contigo como mi bisabuelo. Eso quiere decir que estoy en actitud de hablar con mis ancestros. Y, seguramente, no estoy de acuerdo con mis ancestros. Pero, al mismo tiempo, no puedo negarlos. Son mi base, son mi fuente. Es una cuestión personal entre yo y ellos. Así he trabajado sobre la literatura dramática, y casi siempre con autores del pasado: exactamente, porque era un asunto de ancestros, de otras generaciones.
                Se encuentran siempre aliados y se encuentran siempre enemigos a combatir. Te enfrentas a un sistema social extremadamente rígido; debes arreglártelas; debes reencontrar tu propia libertad; debes encontrar tus aliados. Quizá éstos están en el pasado. Por lo tanto, hablo con Mickiewicz. Pero hablo de problemas de hoy. Y también del sistema social en que he vivido en Polonia durante casi la totalidad de mi vida. He aquí la que ha sido mi actitud: no trabajo para hacer discursos, sino para ensanchar mi isla de libertad; mi obligación no es hacer declaraciones políticas, sino hacer agujeros en el muro. Lo que me ha sido prohibido, debe ser permitido después de mí; las puertas que han estado cerradas, deben quedar abiertas. Debo resolver el problema de la libertad y de la tiranía por medidas prácticas; esto quiere decir que mi actitud debe dejar trazos, ejemplos de libertad. Se trata de algo muy distinto de una lamentación sobre la libertad: “la libertad es algo bueno, hay que luchar por ella” (y son a menudo los otros que deben luchar, etc) Todo eso debe ser arrojado a la basura. Hay que cumplir el hecho, cometerlo; no ceder jamás, dar siempre un paso más, y otro paso más. Es éste el problema de la actividad social a través de la cultura.
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                Es fácil ver que fue en la época del ferrocarril y de las usinas que apareció el irracionalismo romántico. Evidentemente, lo segundo es complementario de lo primero. El error de los futuristas ha sido justamente crear imágenes de máquinas en una sociedad de máquinas. Cuando las máquinas dominan, hay que buscar lo vivo. La vida toda es un complejo fenómeno de re-equilibrio. No se trata de tener una imagen conceptual de ello, sino de hacer la pregunta: ¿es que la vida que vives resulta suficiente?, ¿es que eras dichoso con ella?, ¿es que estás satisfecho con la vida que te envuelve? El arte, la cultura o la religión (en el sentido de fuentes vivientes, no en el sentido de iglesias, frecuentemente en las antípodas de lo religioso), todo eso es una manera de no estar satisfecho. No, esta vida no es suficiente. Entonces se hace algo, se propone algo, se acomete algo que aparece como respuesta a esa falta. No se trata de una falta en la imagen de la sociedad, sino en una falta en la manera de vivir la vida.


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